Amor en el Otoño de la Vida (y II)

Amor en el Otoño de la Vida (y II)

Ocurrió que un día Elena iba a hacer la compra y al ir a cruzar la calle, echó el pie para bajar el bordillo y no se dio cuenta que venía una motocicleta. Ésta la rozó y ella se cayó de espalda. Las personas que pasaban por allí, la ayudaron a levantarse, el chaval de la moto paró y preguntó si se encontraba bien, ella dijo que sí y él se fue. Elena echó a andar y cada vez se encontraba peor (en caliente no se había dado cuenta, pero el dolor ahora se hacía insoportable). Fue a urgencias como pudo y allí le hicieron una radiografía y le dijeron que tenía varias costillas rotas, que por eso era la dificultad para respirar, pero que no se podía hacer otra cosa que esperar a que se soldaran por sí mismas; tenía que guardar reposo el tiempo que fuera necesario y evitar movimientos bruscos, le recetaron analgésicos para el dolor y la enviaron a casa.

La tristeza y el dolor la acompañaron toda la noche, pese a todos los problemas por los que había pasado en la vida, aquella estaba siendo la noche más deprimente que había pasado nunca. No veía nada claro cuándo podría estar con Santiago si tenía que permanecer en casa.

Los hijos la cuidaban, pero su tristeza aumentaba cada día. Santiago llamaba para saber y hablar con ella, pero no era suficiente para levantar su ánimo.

Su hija me llamó para contarme lo ocurrido y fui a verla. La encontré más delgada y desmejorada.

–Es que no tengo interés –me dijo–. Y además me miro en el espejo y me veo fea y pálida. Yo pensaba casarme otra vez, pero he cambiado de idea –siguió contándome.
–¿Por qué? –le pregunté.
–No creo que me ponga bien del todo y no quiero ser una carga para Santiago, también puede ser que a él ya no le guste.
¡Qué tontería! –le dije–. Es posible que cuando te pongas bien estés hasta mejor, más descansada seguro, todo depende de cómo lo lleves, es decir, depende de ti.

Los hijos discutían el futuro de su madre:

“Tenemos que repartir el tiempo para cuidarla, es nuestra responsabilidad”.
“Sí, estoy de acuerdo, claro que ahora será más difícil, mamá ya no es la de antes”.
“Ahora es más independiente, pero llega un momento en la vida en la que uno tiene que ceder”.
“¿Y qué pasa con Santiago? Él quiere venir a verla, y no parece mala persona”.
“Bueno, si mamá va a estar mejor, que venga”.

Así fue que Santiago fue un día media hora, al siguiente un poco más, y cada día fue alargando el tiempo de estar con Elena. Eso hizo que los hijos fueran dejando que él se ocupara cada vez más de todo lo que tenía que ver con su madre.

El médico estaba muy satisfecho de sus progresos, se reponía más rápido de lo que cabía esperar para su edad. Los días pasaban rápidamente mientras Elena paseaba por la casa ilusionada, esperando la visita de su querido Santiago. Él siempre le decía lo guapa que estaba; y suele suceder, que si la persona que quieres te dice (porque lo siente y lo ve así) que guapa o guapo estás, te lo llegas a creer, aunque para los demás seas de lo más corriente. Y así era, cada día estaba más radiante y con la esperanza de que dentro de un tiempo vivirían juntos.

En resumen, estoy convencida de que para conseguir una relación que sume cada día, es necesario:

  • Alguien que se alegre sinceramente de nuestros logros.
  • Alguien que nos acompañe tanto en los momentos fáciles como en los difíciles.
  • Alguien que disfrute de nuestra compañía y nos lo haga saber sin pretender agobiarnos.
  • Alguien por quien nos sigamos sintiendo queridos aun en los desencuentros, aún después de esos momentos de discusión o de enfado.


En fin, yo me fui a vivir a otra ciudad, recibí una postal cuando se casaron y no he vuelto a saber de ellos. De esto hace 18 años, así que se hizo realidad el precioso verso:

“Te cruzaste en mi camino y fuiste camino ...”

Mis mejores deseos para esta semana, Mayan.


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